Capítulo 2: Quiero irme de aquí

Pasaban los días y Leila parecía que vivía en el gimnasio; a veces se preguntaba para qué había alquilado una casa. Ah, sí. Necesitaba un sitio donde dormir. Estaba segura de que si le pusieran una cama en el local, especial para ella, no pondría un pie en su piso. Sin embargo, su amor por el deporte no le libraba de sufrir una buena caída.

Auch...

No todo era diversión. Aunque no tuviera ningunas ganas debía salir y hacer alguno de sus trabajillos.

¡Al fin! Pensó al regresar a casa y encontrarse algo distinto a los eternos puestos de verduras y café que siempre había en la plaza. Esa noche podría cenar algo distinto. Pidió unas brochetas y se sentó queriendo disfrutar de ellas, pero su mente solo podía pensar en una cosa: el viaje a Selvadorada.

¿Por qué pagan tan poco en esos trabajos? A este paso no voy a poder irme nunca. ¿Y si me voy sin más? ¿Qué puede pasar? ¿Qué me quede sin dinero? Bah, qué mas da. Tampoco importa mucho si me echan del piso, total, ya vivo en el gimnasio.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por los gritos de un grupo de sims que, frente a ella, habían iniciado una manifestación. Al terminarse la cena, muy curiosa ella se acercó a preguntar y, sin entender muy bien del todo de qué iba la protesta, solo sabía que era en favor del movimiento LGTBI+, decidió unirse y ponerse a gritar con los demás hasta que todos se marcharon y se quedó sola en la plaza.

El día siguiente Leila se tomó el trabajo más en serio; no iba a llegar muy lejos si tan solo hacía un trabajillo de tanto en tano. No. Ese día se había propuesto hacer tantos como pudiera, al menos hasta conseguir su objetivo de 1000§. Al final solo fueron dos. Sin embargo, recibió una extraña llamada de un completo desconocido: algo sobre la muerte de un familiar lejano y una herencia. Uy... uy... Eso apestaba a timo desde lejos, mejor preguntar las condiciones antes de aceptar sin más. ¿Pero qué? Acababan de darle 2.500§, ¿así? ¿sin más? Pues mañana mismo se largaba ¡Ya no pensaba esperar más!

Selvadorada... ¡allá voy!

Su felicidad se vio ligeramente empañada por algo que ya estaba harta de seguir encontrándose. ¡Otra vez los malditos puestos de vegetales y café en la plaza! Nada, que esa noche tendría que hacerse ella la cena. Las brochetas del otro día no habían estado mal, así que, ¿por qué no? intentaría hacerse unas ella misma. Aunque una cosa era decirlo y otra hacerlo.

Mierda, la sal. Nadie lo ha visto, ¿no? Pero qué van a ver, si estoy sola.

Y ahora esto... ¿por qué demonios tiene que pegarse tanto a la sartén? ¡Si es nueva! Todavía no se le ha jodido el teflón.

¡Se acabó! ¡Lo dejo! Yo no sirvo para esto.

De nuevo fue a mirar por la ventana, a ver si habían cambiado los puestecitos de la plaza y había alguno al que pudiera bajar a cenar. Tuvo suerte, a medias, porque sí, el tenderete de café ya no estaba, pero el que había en su lugar estaba cerrado a cal y canto.

¡Y así cómo voy a cenar yo algo decente!

¡Se acabó! ¡Me largo! No puedo cenar, el vecino es un rancio y el gimnasio de casa ni lo he tocado. Si sigo aquí acabaré volviéndome gris, como el piso.

En cuento vuelva de mi viaje me mudo.

No le quedó más remedio que volver sobre sus pasos, terminar de hacerse la cena y, muy a disgusto porque aquello estaba terriblemente asqueroso, comérsela.

Su único consuelo fue el tiempo que le dedicó a mirar las webs de viaje y encontrar un vuelo baratísimo, casi tirado de precio, para viajar mañana mismo a Selvadorada. Al fin. Como tenía que madrugar era hora de meterse ya en la cama y soñar con el estupendo fin de semana, aunque entre semana, que le esperaba.

CONTINUARÁ...