Leila estaba acababa de instalarse en su pisito nuevo que, aunque muy moderno, le parecía extremadamente soso y aburrido, pero lo había elegido por una razón: tenía un mini-gimnasio. Ese había sido el único motivo por el que se había lanzado y lo había alquilado sin molestarse en investigar siquiera las ofertas en otros barrios.
Acababa de llegar. Aun así lo primero que hizo al entrar a su nuevo hogar fue sentarse, coger el móvil e ir a la web de viajes para saber cuánto le costaría hacer una pequeña escapada a Selvadorada.
Mmmh… No es tan caro. Me lo puedo permitir.
Aunque…
Si después quiero comprar algo allí, igual me quedo sin nada
Era mejor tener un poquito de paciencia y hacer algún que otro trabajillo por ahí, aunque tampoco iba a esperar mucho, para el siguiente fin de semana tenía que tener ya dinero suficiente; y si no, pues se marcharía igualmente. Así que mejor ponerse en marcha cuanto antes.
El trabajito le había salido genial y, encima, se lo había pasado en grande. Ahora que tenía algo de tiempo libre se moría por visitar uno de los lugares de los que tanto había oído hablar, tenía unas ganas tremendas de comprobar si era tan magnifico como decían. ¡Y tanto que lo era! El edificio no solo era precioso sino que resultaba el paraíso para cualquier amante de la escalada.
Ya que no podía se permitir irse a vivir al Monte Komorebi, bien podía pasar perfectamente los días en un lugar como aquel; de hecho, si pudiera, se mudaría en ese preciso instante para no tener que regresar nunca a casa.
¿Acaso puede existir un lugar más maravilloso en el mundo?
Solo por eso ya merecía la pena vivir en la ciudad. También había otros motivos, claro, como la deliciosa comida de los puestos ambulantes que además cada día eran distintos, o la gran diversidad cultural de los sims que habitaban allí, estaba segura que podría llegar a aprender muchas cosas de ellos, por no hablar de las fiestas; seguro que allí encontraba locales mucho mejores incluso que los de Windemburg.
Sin embargo, no todo era tan perfecto en aquella ciudad. La gente daba asco. Hasta ahora, sim que conocía, sim que le caía rematadamente mal; incluso su instructora del gimnasio le causaba mala espina. ¿Quizá podría pedir un cambio? No lo tenía muy claro. En fin, mejor sería hacer un poco de yoga para relajarse y olvidarse de los demás.
Regresó a casa soñando con lo que cenaría en los puestecitos de venta que tenía justo en la plaza de delante. Mierda. Están cerrados. ¿Pero no se suponía que aquí estaba siempre todo abierto? Que decepción. Tendría que conformarse con un vaso de leche y esperar a mañana.
Nada más levantarse se asomó por la ventana y, sí, allí estaban, abiertos al público, pero seguía sin poder satisfacer su capricho goloso. ¿Qué iba a sacar de un puesto de venta de verduras y una cafetería? Mejor se iba a trabajar y picaba algo de camino. Nada más poner un pie en el rellano se encontró con su vecino.
—¡Ey! Hola, soy tu nueva vecina.
—Umpf... —tan solo recibió un gruñido como respuesta.
Pero que le pasaba a la gente en esa ciudad, ¿es que no había nadie normal? Prefirió no entretenerse y, con la excusa del trabajo, se marchó corriendo sin tener que seguir hablando con su maleducado vecino.
¡Otro trabajo bien hecho! Si es que ya había hecho bien en ir al gimnasio, ese breve entrenamiento le había venido muy bien para el trabajo de hoy. Ahora que regresaba a casa seguía soñando con probar alguna de las delicias étnicas que solo podía encontrar en la ciudad, pero seguían sin cambiar los tenderetes de la plaza.
¿Pero que mierda de diversidad es esta?
Estaba empezando a cansarse de encontrar siempre lo mismo. Sin pensárselo, dio media vuelta, cogió el metro y se fue directa al barrio de las especias; si allí no encontraba la diversidad que buscaba ya era para coger y mudarse bien lejos.
¡Oh, sí! Al fin. Esto ya era otra cosa. Era exactamente lo que había esperado encontrarse cuando decidió mudarse a San Myshuno: un barrio lleno de vida y color, con artistas independientes tocando por la calle y hasta una cancha de baloncesto donde pasar el rato con los amigos. O con los no tan amigos. Qué mas daba. Lo importante era pasar un buen rato, como el que Leila decidió pasar al encontrarse a su entrenadora del gimnasio; puede que no le cayera muy allá y estaba segura de que le daría una paliza, que así fue, pero se divirtió muchísimo.
Ahora tocaba reponer fuerzas y, al fin, poder cumplir su capricho disfrutando de la buena comida.
—¿Me sirve uno de estos platitos tan apetitosos? El que sea, me da igual.
—Esto... ¿está segura? Mire usted que pican bastante.
—Sí, sí. No importa. Y dámelo ya que me estoy muriendo de hambre.
Se sentó en las mesas de picnic tan alegremente adornadas, ¿podían ser más perfectas?, que tenían allí mismo y empezó a comer. Enseguida sintió un picor abrasador en la lengua. Ya había hecho bien la dependienta en advertirle. ¡Le ardía la boca! Y no precisamente por que la comida estuviera excesivamente caliente, aun así estaba tremendamente delicioso.
Que feliz soy de poder vivir en San Myshuno
CONTINUARÁ...
Bueno comenzamos aventura 😍😍 mucha suerte en tus objetivos Leilaaaa!!!
Ay pobre!! Esta mujé tiene sentimientos, encontrados con la gran ciudad eeeeh... Bueno, a veces crearse altas expectativas es lo q tiene. Q caen en picado rápido 🤣🤣. No es oro todo lo q reluce.