Por la mañana, una de esas en las que se notaba que era verano, había podido dormir hasta bien tarde. ¡Las diez! Nada más y nada menos. Todo un lujo. Eso de no tener que colaborar en la granja ni que solo fuera por un día era un tremendo descanso, aunque claro, aquello tampoco significaba que no tuviera nada que hacer, había que ayudar un poquito en las tareas de casa: fregar, dar de comer a las perras, poner lavadoras y ese tipo de cosas.
Se apresuró en hacerlo todo, sin ningún pero ni pelea alguna con su madre, estaba demasiado ansiosa y emocionada para rechistar. Tenía otro encargo de Sara por hacer, pero antes quería pasarse a ver al cuidador de animales por si necesitaba también algo de ayuda, así que salió corriendo en cuanto acabó sus quehaceres y, por suerte, pudo encontrarlo en su casa sin necesidad de ir persiguiéndolo por todo Bosquezarza.
Le había pedido si podía hacer una especie de seguimiento de los zorros de la zona. Como no veía ninguno por ahí cerca decidió dar un paseo hacia las antiguas ruinas y el gran árbol que se alzaba en su interior, donde se decía que moraban dichos animales. No encontró ni uno solo. Resultaba un poco fastidioso, pero no importaba, ya tendría tiempo de cumplir ese encargo y, ya que estaba en la zona, daría un pequeño paseo y se acercaría a visitar la estatua del cararol, a ver si desenterraba algún tesoro o se encontraba alguno de esos zorros escurridizos por el camino.
A medio camino, sin embargo, escuchó unos gritos que ya empezaban a serle familiares y se desvió de su camino para ir a ver qué andaba haciendo esa vez el extranjero idiota. Gritarle a un conejo. De nuevo. Pero esta vez el pequeñín decidió no amedrentarse ni dejarse avasallar por semejante abusón y se lanzó a por él.
Se quedó mirando cómo el forastero intentaba huir mientras el animalillo le daba una buena paliza. Si es que a quién se le ocurría. Todo el mundo sabía que a los conejos era mejor tratarlos bien incluso aunque no te gustaran.
Cuando al fin logró librarse de esa bestezuela, se volvió, encontrándose con la mirada de Saoirse, quien no pudo evitar reír a carcajadas ante la cara de seriedad que puso el chaval en su vano intento de aparentar que no había pasado nada.
—Oye, deja de reírte, no sé dónde le ves la gracia.
—¿Qué dices? Pero si tiene mucha gracia. Un pobre conejito dándole una paliza al chico de ciudad más insoportable de todos. Doy gracias al cielo por haberme dejado presenciar este momento, ya verás cuando se lo cuente a los demás.
—¡No! No puedes contárselo a nadie. —Bastante vergonzoso era ya como para que encima se fuera corriendo el chisme por ahí.
—¿Ah, no? Pues algo tendrás que hacer para convencerme de que no lo cuente.
—Está bien. ¿Qué quieres? —aceptó con reticencia.
—Pues de momento acompáñame a dar una vuelta mientras me lo pienso.
Puso mala cara pero la siguió. Lo llevó a la estatua de Carlos, el caracol, y durante el camino apenas hablaron. Era extraño, pero le parecía una persona mucho más interesante y amigable ahora que guardaba silencio. Aunque aquello no iba a durar mucho. No. Al llegar intentó explicarle la costumbre que tenían de enterrar y desenterrar objetos, pero, por la cara que ponía, no parecía nada interesado.
—En serio, ¿cómo os pueden hacer gracia toda esta sarta de bobadas? Mira que sois paletos.
—¿Pero tú quién te has creído para insultarnos así? —exclamó molesta por el desdén qué mostraba por las costumbres y la gente de su pueblo—. ¿Y pretendes que te haga un favor? ¡JA! Lo llevas claro.
Se marchó de allí pisando el suelo con furia, no quería ni verle. Tres. Habían sido tres. Tres veces había intentado ser amable con él y todas y cada una de ellas habían acabado igual. Pues ya no pensaba intentarlo más. Si ese tipo quería ser un idiota sin amigos era su problema.
La había seguido hasta la taberna. Tenía que hacerlo. No le quedaba otra. Con el cabreo que llevaba esa tía les hablaría a todos de su humillante derrota con el conejo y no podía permitir que eso se supiera, ni aunque no volviera a ver a toda esa gente pasado el verano. El cotilleo no llegaría a la ciudad, a su vida, a sus amigos, no le afectaría en nada; pero aún así no podía permitir que esos mindundis de pueblo se enterasen y se rieran de él cada vez que lo vieran. Como si fueran mejores que él. No. Ni de broma. Le pediría perdón a esa paleta y usaría todas sus armas para camelársela si hacía falta, pero su bochorno no saldría a la luz.
CONTINUARÁ...
Con lo facil que seria ser amable. Me pregu to si le pasa algo o es asi x naturaleza. Sao q paciencia amiga😅